Cuando no trabajamos más que por el dinero, nuestra motivación se centra en obtener y no en dar.
La transformación milagrosa significa pasar de una mentalidad de ventas a una mentalidad de servicio. Mientras no realizamos este cambio, funcionamos desde el ego y nos concentramos en las cosas de este mundo y no en el amor. Esta idolatría nos arroja a un territorio emocional extraño, en el que siempre tenemos miedo. Tenemos miedo tanto del éxito como del fracaso. Si nos acercamos al éxito, lo tememos; si nos aproximamos al fracaso, también lo tememos. El problema no está en el éxito ni en el fracaso, sino en la presencia del miedo, y en su inevitabilidad allí donde el amor está ausente. Como todo lo demás, el dinero puede ser sagrado o impío, según cuál sea el fin a que lo destine la mente. Tendemos a hacer con él lo mismo que hacemos con el sexo: lo deseamos, pero juzgamos el deseo. Entonces es el juicio lo que deforma el deseo, convirtiéndolo en una expresión desagradable. Como nos avergüenza admitir que deseamos esas cosas, fingimos de una manera insidiosa que no es así; por ejemplo, condenamos nuestros deseos incluso en el momento en que nos entregamos a ellos. Y, por lo tanto, la falta de pureza está en nosotros, no en el dinero ni en la sexualidad, que no son más que pantallas sobre las que proyectamos nuestro sentimiento de culpabilidad. Así como la mente temerosa es la fuente de la promiscuidad, y no el sexo, que sólo es el medio por el cual ésta se expresa, tampoco el dinero es la fuente de la codicia, sino sólo una de las maneras de expresarse que ésta tiene. La fuente de la codicia es la mente. Tanto al dinero como a la sexualidad se los puede usar con fines sagrados o impíos. Como con la energía nuclear, el problema no está en la energía, sino en cómo se la aplica.
Nuestro concepto de la riqueza es, en realidad, una estratagema del ego para asegurarse de que nunca lleguemos a tener nada. Lo que mentalmente no permitimos a los demás, nos lo negamos a nosotros mismos. Lo que bendecimos en los demás, lo atraemos hacia nosotros.
Una actitud responsable hacia el dinero es estar abiertos para recibir lo que venga, y confiar en que nunca nos faltará.
Tener dinero significa que podemos dar trabajo a otras personas y sanar al mundo. Lo que le sucede a una sociedad cuando el dinero deja de circular no es nada agradable. Uno de los principios que hay que recordar en lo que se refiere al dinero es la importancia que tiene pagar por los servicios que otras personas nos prestan. Si negamos a alguien su derecho a ganarse la vida, lo mismo nos negamos a nosotros. Lo que demos recibiremos, y lo que no queramos dar nos será negado. Y para el universo no hay diferencia alguna entre robar a una gran multinacional y robar a una arrugada y simpática ancianita. El universo apoyará siempre nuestra integridad.
Una gran persona no es alguien que nunca se cae, sino alguien que, cuando se cae, hace lo necesario para ponerse de nuevo en pie. No importa cuál sea el problema; si mentalmente tomamos una actitud respetuosa, el universo siempre nos ayudará a solucionar el desastre y empezar de nuevo. Arrepentirse significa volver a pensar. En cualquier aspecto de nuestra vida, el universo nos apoyará en la misma medida en que lo apoyemos. La mayoría de nosotros arrastramos algún lastre con respecto al dinero, que puede ir desde una necesidad inadecuada de tenerlo a un concepto inadecuado de lo que es. De niños, muchos recibimos intensos mensajes sobre el dinero. De palabra o con hechos, nos enseñaron que es de suma importancia, o que no es espiritual, o que es difícil de ganar, o que es la raíz de todo mal. Muchos tenemos miedo de que los demás no nos quieran si no tenemos dinero, o si tenemos demasiado. Se trata de un ámbito en el que, individual o colectivamente, necesitamos una sanación radical de nuestros hábitos mentales.
Extracto del libro Volver al Amor
de Marianne Williamson
Redacción Instituto Draco
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